LA CONVERSACIÓN




Era ella misma el signo de interrogación de la pregunta que formulaba. Sentada pero recta, sacando pecho, como acentuando la distancia entre los dos en aquella azul habitación. Alzando la cabeza, pese a todo, y sus ojos más negros de lo habitual.

¿Qué había pasado?

Firme, la roca aguanta la ola, el tronco el viento, el poste el vendaval; y del mismo modo el hombre sostiene la mirada y la pregunta que en él se clavan. Desde su ángulo superior, se reafirma en su pose imperturbable, las manos metidas en los bolsillos. No asoma una explicación, una disculpa o alguna otra palabra a sus labios. Después de todo, solo soy yo, dentro de mi pijama de rayas, en una mañana de domingo: poco hay que explicar, y no sé por qué te extrañas.

Pero, ¿desde cuándo las cosas habían sido así?
Tampoco sabría decirlo.

Afuera había un rumor de colores y olores que allí fuera se quedaba, rebotando contra el cristal invisible que los separaba del mundo. Pues aquellas dos personas, en aquel preciso instante, solo ellas se bastaban. Eran una interpelación y una respuesta callada. Eran una conversación sin palabras en la que ambos confirmaban que ya no eran uno, sino dos: dos bajo el mismo techo, dos en el mismo cuarto, dos que estaban muy cerca, y sin embargo muy lejos.

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Pintura: Henri Matisse, La conversación (1908-1912). Museo del Ermitage, San Petersburgo.
Texto: Esperanza.

2 comentarios:

RosaMaría dijo...

Qué buena interpretación! No sé si me influenciaste pero casi lo pude ver así. Besos

RosaMaría dijo...

Vuelvo a visitarte, espero estés bien. Abrazo...

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